Año 2022, junio, 24. Foro N° 8.
En este artículo quisiera referirme al lugar de los hijos en la familia, según el pensamiento cristiano. La fecundidad es un don, un regalo que Dios comparte con los seres humanos, a quienes invita a coparticipar con El, en el misterio de la Creación. A su vez, es uno de los ‘fines’ esenciales de las relaciones sexuales íntimas y del matrimonio; no es el único. En la procreación, los seres humanos están llamados a vivir el misterio de ‘dar la vida’ y moldearla con amor, a imagen y semejanza de Dios mismo. La vida humana es un valor precioso que exige ser respetada y cuidada desde el momento mismo de su inicio, esto es, desde el momento de la concepción, como Dios mismo lo ha hecho con cada uno de nosotros. El hijo no es sólo un derecho de los esposos, sino esencialmente un don de Dios.

Decía Alburquerque: “transmitir la vida es un acto de amor y un acto social; es saberse responsables del futuro y solidarios de la existencia del grupo humano al que se pertenece”. (Alburquerque, 2002).
Por esta razón, la dimensión de ‘Agapé’, presente en el amor humano se acentúa sobre la dimensión del ‘Eros’, y potenciándose ambas desde el amor, buscan trascender en el tiempo y en el espacio, haciéndose solidarios y responsables en la continuidad de la especie. “El hijo reclama nacer de ese amor, y no de cualquier manera, ya que él no es un derecho sino un don, que es el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres. Porque según el orden de la creación, el amor conyugal entre un hombre y una mujer y la transmisión de la vida están ordenados recíprocamente”. (A.L.81)
El Papa Francisco nos enseña que “La familia es el ámbito no sólo de la generación sino de la acogida de la vida que llega como regalo de Dios. Cada nueva vida nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, que jamás deja de sorprendernos. Es la belleza de ser amados antes: los hijos son amados antes de que lleguen”. (A.L.166) Y nos propone: “Si un niño llega al mundo en circunstancias no deseadas, los padres, u otros miembros de la familia, deben hacer todo lo posible por aceptarlo como don de Dios y por asumir la responsabilidad de acogerlo con apertura y cariño”. (A.L166)
“Es importante que ese niño se sienta esperado. Él no es un complemento o una solución para una inquietud personal. Es un ser humano, con un valor inmenso, y no puede ser usado para el propio beneficio. Entonces, no es importante si esa nueva vida te servirá o no, si tiene características que te agradan o no, si responde o no a tus proyectos y a tus sueños. Porque «los hijos son un don. Cada uno es único e irrepetible” [...] “El amor de los padres es instrumento del amor del Padre Dios que espera con ternura el nacimiento de todo niño, lo acepta sin condiciones y lo acoge gratuitamente”. (A.L 170)
Si bien el pensamiento cristiano alienta la fecundidad generosa, esto no es sinónimo de procreación ilimitada o falta de conciencia de lo que implica educar hijos. Los esposos, de acuerdo al pensamiento cristiano, tienen la facultad de usar su libertad inviolable de modo sabio y responsable a través de la paternidad y maternidad responsable, teniendo en cuenta, tanto las realidades sociales y demográficas, como su propia situación y sus deseos legítimos. El Hno Jose Luis Urrutia (FMS), uno de los pioneros en la Educación Afectivo Sexual en Uruguay, afirmaba que muchas veces el discernimiento en la vida cristiana ha quedado reducido, a interpretarlo referido sólo a la realidad económica de cada pareja, dejando de lado otras situaciones que la iglesia nunca las negó como son: la estabilidad de la pareja y la salud psicológica de los cónyuges, entre otros.
Por último y como parte de la complejidad de esta situación que es atravesada también por la cultura que vivimos, el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia nos advierte que: “el descenso demográfico, debido a una mentalidad antinatalista y promovido por las políticas mundiales de salud reproductiva, no sólo determina una situación en la que el sucederse de las generaciones ya no está asegurado, sino que se corre el riesgo de que con el tiempo lleve a un empobrecimiento económico y a una pérdida de esperanza en el futuro. El avance de las biotecnologías también ha tenido un fuerte impacto sobre la natalidad. Pueden agregarse otros factores como la industrialización, la revolución sexual, el miedo a la superpoblación, los problemas económicos. La sociedad de consumo también puede disuadir a las personas de tener hijos sólo para mantener su libertad y estilo de vida”. (A.L.42)
Toda esta realidad ha colocado a los seres humanos, y de forma particular a los cristianos, frente a varios desafíos referidos a nuestra capacidad de amar, al sentido de nuestra vida, al valor que le otorgamos a la vida humana, a los estímulos que el estado y la sociedad promueven para tener hijos que apelan a la libertad de elegir libremente. Es necesario buscar caminos nuevos de evangelización, de formación del sentido crítico y de opciones comprometidas y generosas, que se podrían formular en desafíos variados como: ¿derechos individuales Vs Bien común? ¿concebir hijos Vs mantenerse libres? ¿empobrecimiento económico Vs trascender en los hijos? ¿concebir y criar hijos felices Vs Progreso económico familiar?
Agustín Bergeret
Referencias bibliográficas
Alburquerque, E. (2002). Moral de la vida y de la sexualidad. Madrid, CCS. sexta edición, Madrid. p. 195.
Encíclica “Deus Caritas Est” (2006). Roma.
Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. Roma. (2016)
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- ¿Cómo recuperar el anuncio del Evangelio a una pareja joven que no termina de decirse si tener hijos o no?
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Es un tema complejo, que tiene muchas aristas, y tantas realidades cómo personas y familias hay en el mundo. En nuestro caso, somos una pareja católica, nos casamos jóvenes (24 años ambos) y si bien queríamos ser padres, tampoco queríamos que fuese enseguida, por lo que recurrimos al uso de anticonceptivos (DIU en este caso). Actualmente tenemos dos hijos, deseados y que planificamos el mejor momento para buscarlos tanto física, como mental y económica. Conocemos familias que aunque querían hijos, físicamente no fue posible hasta someterse a largos procesos de fertilidad, y otras que ni así pudieron y finalmente fue por medio de largos procesos de adopción que lograron tener sus hijos. Minimizar todo a solo el proceso reproductivo por ser un hombre y una mujer, y el deseo de formar una familia, deja por fuera muchas realidades que no pueden ser juzgadas a la ligera. Cómo en muchas ocasiones, la empatía más que la teoría es lo que hace la diferencia. Quienes no tiene hijos porque así lo deciden o porque no pueden, no son menos creyentes que aquellos que deciden tener muchos hijos. Más importante que la forma (natural, asistida o adopción) y la cantidad, es la capacidad de dar amor, cuidados, protección, educación, y muchas veces eso no se limita a hijos propios, sino a sobrinos, ahijados, alumnos, o apoyo a causas benéficas. Todos tratamos de hacerlo lo mejor posible, con amor, paciencia y dedicación