Año 2022, mayo. Foro N° 4.
Varios autores al describir la época histórica que transitamos, la caracterizan por una gran espontaneidad en las modalidades vinculares entre las personas, en la expresión de sus sentimientos y la vivencia de la afectividad. Esto ha traído consigo que los vínculos humanos se presentan impregnados de fluidez y flexibilidad. Vivimos una época de la inmediatez y la instantaneidad, donde lo que importa es el aquí y el ahora.
Como consecuencia, esta realidad ha complejizado la búsqueda y vivencia de las relaciones sexuales íntimas en la mayoría de las personas como forma de sentirse feliz en el aquí y el ahora. Esta situación se presenta condicionada aún más, por una cultura donde el lugar central de la erotización y del consumo sexual es también característico, como lo plantea Lipovetsky.

Esto ha generado al pensamiento cristiano varios desafíos: ¿Cómo anunciar hoy a los adolescentes y jóvenes el valor de la continencia, la castidad o la virginidad en este contexto, cuando las mismas están culturalmente desacreditadas? ¿Cómo revalorizar la importancia de un sano pudor como defensa natural del ser humano que lo resguarda de ser convertido en puro objeto de deseo y que evita la reducción de la capacidad de amar a la sola genitalidad? ¿Cómo educar a adolescentes y jóvenes para que integren sus cuerpos y deseos, así como sus sentimientos y emociones, junto a la vivencia de los valores y el compromiso mutuo? ¿Cómo plantearle a una pareja, que la postergación de las relaciones sexuales íntimas posee un valor por si mismo, en un camino de valoración del otro y del amor que ambos están construyendo? ¿Cómo revalorizar la imagen de un Dios amoroso y cercano que nos soñó libres y que se hace presente y resucitado, también en la vivencia de nuestra sexualidad?
Si estamos convencidos de que el mensaje del cristianismo relacionado a las relaciones sexuales íntimas sigue siendo válido, es necesario encontrar caminos alternativos para que el anuncio evangélico pueda ser creíble y lleno de sentido entre jóvenes y adolescentes.
Para esto, les propongo analizar el tema del anuncio, utilizando los marcos de referencia y algunos de los principios que la misma fe católica a través del Concilio Vaticano II nos ha planteado en su momento.

Desde las concepciones de Salud se podría realizar la siguiente consideración: más allá de que las investigaciones país mencionan que la edad promedio de inicio de las relaciones sexuales íntimas en Uruguay oscila entre los 15 y 16 años, y que además se pueden encontrar mujeres que han culminado su desarrollo biológico alrededor de ese rango etáreo, por lo general, en esta cultura no han culminado aún su proceso de desarrollo integral (bio-psico-social), como para sostener o hacerse responsables de la totalidad de lo que significa mantener relaciones sexuales humanizantes, que incluya sus posibles consecuencias. No es posible fijar una edad estándar ideal para toda mujer y todo contexto; menos aún para los varones.

Desde un marco de referencia de derechos, hoy se puede afirmar que: todo sujeto tiene derecho a la libre expresión y manifestación de su sexualidad, así como el derecho a una adecuada información sobre la misma. Importa señalar además, que el ejercicio responsable de todo derecho siempre va acompañado de obligaciones, sea en relación a las personas con las que se entablan las relaciones sexuales íntimas, así como también en referencia a las posibles consecuencias de los actos que la persona decide realizar. Uno podría preguntarse ¿todo adolescente o joven que decide entablar éstas, se halla suficientemente informado? No sólo de la prevención del embarazo o de las infecciones de transmisión sexual, sino también de todo el componente psíquico emocional que se moviliza entorno a las mismas. También cabe la pregunta ¿poseen la madurez psicosocial necesaria como para decidir libremente, haciéndose cargo de las consecuencias que implican las mismas?

Pensemos ahora el tema, desde los principios de la bioética. Si aplicamos el llamado ‘Principio de Beneficencia’, ningún educador tiene derecho a imponerle a nadie sus ideas del bien. Por lo cual, se vuelve muy importante conocer lo que el destinatario desea y valora para sí mismo, así como ayudarles a desarrollar un suficiente espíritu crítico que le permita discernir lo mejor para si mismo. Tampoco sirve saturarlos de datos, sin el desarrollo de ese sentido crítico ante una invasión de propuestas, ante la pornografía descontrolada y la sobrecarga de estímulos que pueden condicionar su sexualidad. Los jóvenes deben poder advertir que están bombardeados por mensajes que no buscan su bien y su maduración. Hace falta ayudarles a reconocer y a buscar las influencias positivas, así como a tomar distancia de todo lo que desfigura su capacidad de amar. (A.L. 281)
El ‘Principio de Autonomía’ proclama la categoría de sujeto moral de todos los individuos, y por tanto, su derecho a la libertad de conciencia, a la libre expresión de sus opiniones y a la toma de decisiones en un ámbito de diálogo, respeto y privacidad, que favorezca la reflexión y la deliberación, luego de obtener la información veraz y oportuna. Esto coincide con el planteo del Concilio Vaticano II cuando afirma que cada ser humano debe poder elegir por si mismo en su conciencia, ante Dios. (G.S, 16-17). En este sentido, ninguna autonomía de elegir se puede realizar desde la ignorancia, por lo cual todo lo que ayudemos a informar en su integralidad, estaremos ayudando a despertar el sentido crítico de esa persona.
Si nos referimos al llamado ‘Principio de No Maleficencia’ por el que, la primera obligación del educador sexual debería ser ‘no hacer un daño mayor del bien que se pretende’. En este sentido, es importante señalar que una Educación Afectivo Sexual que no respete un camino de maduración y de gradualidad de educación de la sexualidad y que solamente haga hincapié en el derecho individual de la persona, estará alentando al educando a experimentar de forma no crítica con su cuerpo y sus emociones y exponiéndolo a tomar decisiones, para las que aún no está suficientemente preparado como para asumir la integralidad de lo que implican. Muchas veces, esto forma parte de la cultura del ‘use y tira’ de la que habla Bauman, de las violaciones y abusos y de un no asumir con madurez la responsabilidad de lo que significa el ‘Amor’. Hoy esta palabra aparece desgastada y vaciada de contenido. Se confunde el amor’, con ‘hacer el amor’, o con ‘sentir amor’. Lo que lleva a recorrer caminos de vida experienciales con variadas frustraciones.

Por último, les propongo considerar lo que nos plantea la concepción cristiana al respecto como norte hacia donde caminar con nuestras decisiones.
Desde el pensamiento cristiano creemos que nuestra sexualidad crece y se realiza desde la dimensión personal y comunitaria del amor. Desde esa óptica es que miramos nuestra sexualidad. Amor a sí mismo, amor al otro, amor a Dios, fuente y origen de la vida que por amor nos creó. El amor rompe con esos moldes, pues es lo que lanza al ser humano a ser libre, a ser en relación, a dar sentido a la existencia del otro y a la suya propia, a sentir necesidad del otro.
Es necesario lograr una Educación Afectivo Sexual en el marco de una educación en y para el amor que incluya la donación mutua. De esa manera, el lenguaje de la sexualidad no se ve tristemente empobrecido, sino iluminado. El impulso sexual puede ser cultivado en un camino de autoconocimiento y en el desarrollo de una capacidad de autodominio, que pueden ayudar a sacar a la luz capacidades preciosas de gozo y de encuentro amoroso. (Amoris Laetitia, 280)
Es importante evitar reducir el afecto y las relaciones sexuales a obsesiones que nos concentran sólo en la genitalidad, en morbosidades que desfiguran nuestra capacidad de amar y en diversas formas de violencia sexual que nos llevan a ser tratados de modo inhumano o a dañar a otros. (Amoris Laetitia, 282)
Cuando la educación afectivo sexual se concentra sólo y principalmente en la invitación a ‘cuidarse’, procurando un ‘sexo seguro’, se transmite una actitud negativa hacia la finalidad procreativa de la sexualidad, como si un posible hijo fuera un enemigo del cual hay que protegerse. Así se promueve una agresividad narcisista en lugar de la acogida. No es responsable invitar a los adolescentes a que jueguen con sus cuerpos y deseos, como si tuvieran la madurez, los valores, el compromiso mutuo y los objetivos propios del matrimonio. De ese modo, se los alienta alegremente a utilizar a otra persona como objeto de búsquedas compensatorias de carencias o de grandes límites.
Es importante enseñarles un camino en torno a las diversas expresiones del amor, al cuidado mutuo, a la ternura respetuosa, a la comunicación rica de sentido. Porque todo eso prepara para un don de sí íntegro y generoso que se expresará, un día en la entrega de los cuerpos. La unión sexual en el matrimonio aparecerá así, como signo de un compromiso totalizante, enriquecido por todo el camino previo. (Amoris Laetitia, 283)
Es crucial, evitar confundir planos: la atracción crea, por un momento, la ilusión de la ‘unión’; pero sin amor, tal unión deja a las personas tan separadas como antes. El lenguaje del cuerpo requiere el paciente aprendizaje que permite interpretar y educar los propios deseos para entregarse de verdad. Cuando se pretende entregar todo de golpe se corre el riesgo de no lograr entregar nada. Una cosa es comprender las fragilidades de la edad o sus confusiones, y otra es alentar a prolongar la inmadurez de la forma de amar.
Es mucho más, lo que nos une …

A mi modo de ver, al pensar esta temática me gustaría explicitar algunas coincidencias o cercanías de pensamiento que unen a la 'educación sexual laica oficial' y 'la educación afectivo sexual católica', ya puestas en evidencia al realizar estos cuatro análisis anteriormente planteados:
a) la importancia de despertar, educar y fomentar un sano sentido crítico, que acostumbre a la persona al discernimiento y al ejercicio de una libertad responsable respetuosa de si y de los otros;
b) nunca perder de vista que cada ser humano está llamado siempre, a hacerse responsable en su conciencia de sus decisiones, optando por aquello que siente que a conciencia es lo mejor, en la situación humana que está viviendo;
c) las relaciones sexuales íntimas es un lugar de lo humano, donde confluyen diversos planos y realidades que se entrelazan en una unidad: la corporeidad (el placer), lo psíquico (el deseo, los sentimientos y las emociones), la cultura donde nacimos, nuestros vínculos, nuestros valores, nuestra historia personal de vida, los derechos y los abusos, la salud y la enfermedad, así como también la capacidad de procrear, de soñar y de donación total;
d) al estar atravesada por tantos componentes enumerados en el punto anterior, cuando se considera la experiencia sexual en su sentido más profundo, responsable y humano, se pone en evidencia que la misma necesariamente contiene simultáneamente un nivel de compromiso personal mutuo entre aquellos que tienen la relación sexual, un nivel de compromiso de la pareja con la sociedad en la que vive y de la sociedad con la pareja;
e) Por último, lo que llamamos ‘amor’, es un término complejo que alude en si mismo a diferentes dimensiones: una dimensión del deseo y del placer, otra que refiere a los sentimientos, la seguridad emocional y el sentirse cuidado y respetado, o a otra que alude al compromiso personal y la donación de si mismo, a otros.
Lo afirmado hasta el momento, no significa que el pensamiento cristiano no tenga singularidades propias en algunos puntos que se sumarían, pero los cinco puntos anteriores nos unen con una educación sexual laica responsable.
Algunas especificidades que agrega el pensamiento cristiano
Toda educación afectivo sexual debe ser fundamentalmente una educación en y para el Amor, así como una educación en y para la libertad. Estas dos realidades caracterizan todo lo humano de forma específica y nos asemejan con Dios mismo.
Dios mismo se hace presente en las relaciones sexuales íntimas entre personas de distintos sexos, tanto en el misterio del amor, de la comunicación, del placer y de la procreación.
Las relaciones sexuales íntimas es un compromiso con Dios-Amor, que es ‘eros’ y ‘agape’ a la vez, y que nos llama a vivir integralmente el Amor, en la vida de pareja abierta al mundo.
La castidad (postergación del acto sexual), es parte del proceso de maduración de la capacidad oblativa del amor y un aprendizaje del dominio de sí que desarrolla una pureza de mente y de cuerpo que ayuda a desarrollar el respeto de sí mismos y al mismo tiempo nos hace capaces de respetar a los otros, porque ve en ellos personas, creadas a imagen de Dios.
La defensa de la vida desde el primer momento de la concepción, es otra premisa que el magisterio eclesial siempre afirmó, basado en la defensa de la dignidad de la persona humana.
Algunos aspectos que propongo para la acción …
Finalmente, quisiera resaltar algunas líneas que considero fundamentales para que el anuncio evangélico dé sentido y permee nuestra manera de vivir la sexualidad, descubriendo en la misma, la presencia del Dios-Amor.
En primer lugar, se necesita un cambio de paradigma y de lenguaje en todo lo que refiere a la educación afectivo sexual. El Dios de Jesús es un Dios que se define Amor por excelencia. Lo cual, me lleva a pensar que se vuelve imprescindible, que nuestras acciones, palabras y pensamientos se centren en el anuncio de ese Dios-Amor y no en un Dios-castigador o juez, como desde antaño ha ocurrido. Mientras esto no suceda, el anuncio evangélico no logrará dar sentido a esta realidad tan humana, como es la sexualidad.
Otro aspecto no menor, es la dimensión de ‘la libertad’, característica central que define al ser humano como tal. Ninguna pedagogía o acción educativa que se considere respetuosa de ‘la persona humana como valor fundamental’, más aún en el campo de la sexualidad, puede omitir caminos de humanización basados en: el descubrimiento personal, logro de procesos interiores, desarrollo del espíritu crítico y procesos de decisiones que pasen por la propia conciencia moral del individuo, como opción y no como temor o cumplimiento de normas externas.
Para acompañar adecuadamente a otro ser humano respetando su propio proceso, es muy importante respetar su historicidad y la situación concreta de cada persona, promoviendo procesos graduales de descubrimiento del Dios-Amor, que ilumina y da sentido también a las relaciones sexuales íntimas, como una parte más de la persona humana.
Para esto, se necesita conocer el horizonte hacia el que se camina, pero también es necesario acompañar y entusiasmar a descubrir a Dios en los pequeños o grandes pasos que el ser humano va realizando, sin imponer las ideas de bien que la Iglesia considera que son las verdaderas o adecuadas. Siempre, es la propia persona quien decide sobre su vida y sus actos frente a Dios, siguiendo las ideas de bien que tiene. Esto significa un cambio radical en la pedagogía que se utilice, para realizar el anuncio evangélico.
No perdamos de vista en ningún momento que, las personas con las que interactuamos en los diferentes ambientes no tienen por qué coincidir o pensar con los mismos criterios que señala el pensamiento cristiano. Por tanto, para acompañar procesos personales toma importancia la aplicación del ‘principio del mal menor’. El mismo, permitirá orientar adecuadamente procesos de decisiones responsables y graduales, en dirección del norte que propone la fe cristiana.
En este sentido, al realizar educación afectivo sexual se vuelve necesario contemplar acciones que tengan en cuenta la posible decisión del educando de igualmente tener relaciones sexuales íntimas, sea en ámbitos de parejas estables como también en otros contextos. Por eso, si igualmente ellos deciden tenerlas, habría que educar simultáneamente para la toma de decisiones que permitan un logro del mal menor, que incluya la maternidad y paternidad responsable, así como la protección de la vida y de la salud. Por esta razón, y atentos al derecho al principio de información veraz, se deberían enseñar todos los métodos anticonceptivos dando elementos para su valoración correcta y crítica (eficacia, forma de uso, efectos secundarios, formas de funcionamiento, etc.), que permita tomas de decisiones asertivas.
Queda aún abierto un capítulo de reflexión, de controversias con la misma realidad, relacionado con las relaciones sexuales íntimas entre personas del mismo sexo por amor. Si bien la Iglesia ha tomado una cierta postura, aún sigue interpelando y desafiando esta realidad, que también forma parte de lo humano y que no se logra encontrar aún consensos claros entre ciencia y revelación, que permitan encontrar caminos alternativos con sentido.
Por último, me gustaría cerrar este artículo resaltando la necesidad imperiosa de ayudar a descubrir y diferenciar las diversas expresiones del amor, cómo hacerse cargo del cuidado mutuo, de aprender a expresar una ternura respetuosa, así como acentuar una comunicación rica de sentido y comprometida en el tiempo.
Agustín Bergeret
Referencias bibliográficas
Bauman, Zygmunt. (2007). Vida de Consumo. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Lipovetsky, Pilles (2006). “Los tiempos hipermodernos”. Barcelona, Anagrama
Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, (2020). “Directorio para la Catequesis”. Librerìa Editrice Vaticana. (DC)
Concilio Vaticano II. Constitución “Gaudium et Spes”. Biblioteca de Autores Cristianos, Trigésimo sexta edición, Madrid. (1967).
Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. Roma. (2016)
Vidal Marciano. Ética de la Persona, Tomo II-Moral de Actitudes. PS Editorial. Madrid. Cuarta Edición. (1979).
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